Miguel, un sacerdote que ejerce un papel muy activo como líder social al interior de la comunidad a través de la radio comunitaria y el buen humor, recibe en el confesionario a Joaquín, un joven de unos veinte y dos años a quien no veía desde que era un niño. Luchando contra la culpa y el remordimiento, el joven le revela que ha venido para obtener el perdón por un crimen aún no cometido: debe matar a un hombre por orden de las mafias locales. Alarmado, el sacerdote intenta disuadir al chico de hacerlo. Sin embargo, no parece haber vuelta atrás: la vida de la familia de Joaquín depende de ello. Miguel le dice a Joaquín que lo siente mucho, pero no puede otorgarle el perdón por un pecado que aún puede ser evitado y que él, y el Señor, confían en que Joaquín sabrá hacer lo correcto. El joven huye desolado, pero el conflicto en Miguel se agudiza cuando, días más tarde, descubre la identidad de la posible víctima. 

El cielo es el límite, por eso el único pecado imperdonable será perderse HOMBRES DE DIOS.